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viernes, 23 de marzo de 2012

¿Por qué me gusta la Bella y la Bestia (versión Disney)?

La Bella y la Bestia, recuerdo que la vi la primera vez que salió en los cines por allá de 1991 y desde entonces la hice de mis películas animadas favoritas.

Hace aproximadamente 4 años fui a la ciudad de México a un viaje escolar, y estando allá vi la obra de teatro inspirada en la película; cuando salió la versión remasterizada en DVD, la compré y, además, su Soundtrack es impresionante, con música de orquesta en cada pieza musical.

Bueno, además de la historia romántica, creo que la película tiene de fondo muchas otras cosas que llaman mi atención, tal vez me equivoque y no es lo que el productor y/o director trataron de transmitir, pero les dejo mi interpretación muy personal de ellas:

1.- La película empieza con una protagonista "diferente", de hecho desde la primera pieza musical nos lo hacen saber, con lo que cantan las aldeanas:

Mire, ahí va esa chica tan extraña
Es distraída como ves
No es de nuestra sociedad
En las nubes siempre está
No hay duda que una chica rara es

Y no es que sea "rara" sino que, lo que a los del pueblo no les cuadra, es que Bella lea, y tenga ideales diferentes, tal como lo canta:

"Qué lugar, simple y aburrido
Siempre es como el día anterior"

"Las mañanas siempre igual desde el día en que llegué
A este rústico lugar"

"Yo quiero más que vida provincial"

2.- Bella es una chica instruida, a diferencia del personaje que la quiere conquistar con su "galanura" y su fortaleza: Gastón, quién, en una escena se atreve a decirle: "Bella, no es bueno que la mujer lea... eso la hará pensar". Por lo que, a mi parecer, el rechazo de Bella hacia Gastón, es, en cierta medida una crítica al machismo.

3.- Bella se enamora de la Bestia, aún antes de saber que la Bestia es un joven príncipe (atractivo como todos los príncipes de cuento), lo que viene a romper los esquemas de las damiselas que se enamoran de los príncipes por su misma condición de príncipes.

4.- La maldición del inicio se materializa en todos los habitantes del castillo, convirtiendo a cada uno de ellos en lo que realmente son: Al príncipe, que era grosero y arrogante lo convierte en una Bestia... lo que me deja pensando es que a los sirvientes del castillo los convierte en utensilios, es decir, los "cosifica" lo cual considero una crítica a la aristocracia que consideraba a sus sirvientes cómo "cosas" de las cuales eran dueños y señores.

5.- Bella es una chica capaz de tomar sus propias decisiones, al momento de elegir que no se quiere casar con Gastón a pesar de que todo el pueblo lo esperaba y al momento de decidir quedarse en el castillo como esclava en lugar de su papá.

6.- Nunca se menciona el nombre de la Bestia, lo que centra toda la atención en la Mujer (La Bella) y no en el príncipe (hombre).

Y creo que podría seguirle, pero con esos 5 puntos pongo de manifiesto el porque me gusta esa película en especial. Si no la han visto se las recomiendo ampliamente, y, si ya la vieron y piensan volverla a ver, les recomiendo poner atención a los detalles, a ver que mas les dice a ustedes.

Saludos!




jueves, 8 de marzo de 2012

Café Filosófico "¿Qué ganamos y qué perdimos con el feminismo?"

Por aquello del día internacional de la mujer, comparto este correo que me mandó Esther Charabati hace dos semanas... muy interesante sin duda, buen tema para el análisis, la reflexión y la discusión...

1. ¿Cuáles son las diferencias entre las mujeres y los hombres de hoy, y los de los años `40?

2. ¿Cómo ha influido la liberación femenina en su vida cotidiana?

3. ¿Qué añoran de esa época?

4. ¿En qué sentido la liberación femenina es también una liberación masculina?

El dinero y las mujeres

Dinero y mujeres. Un tema del cual siempre hay algo que decir, porque en el dinero están depositados muchos valores como el amor —por algo la esposa es la dueña de mis quincenas—, la virilidad —porque con las mujeres, todo es llegarles al precio—, y el poder —¡Para eso te mantengo!—. Los hombres juegan con la imagen de la mujer-usurera que los explota, la mujer-dilapidadora que se gasta hasta el último centavo y la mujer-niña que depende del dinero que le trae su marido-papá. Y sólo él.

Muchas mujeres temen al trabajo porque han hecho suyos los temores de los hombres y de la sociedad patriarcal: Al trabajar fuera de casa y ganar su propio dinero, la mujer pierde su femineidad (¿será que femineidad es sinónimo de dependencia?), daña la relación con su pareja pues empieza a competir con él, y lesiona en forma irreversible su instinto maternal, pues descubre que es capaz de desarrollar otra actividad que no sea la de atender casa e hijos durante veinticuatro horas al día.

Partiendo de esas premisas, son muchas las mujeres que, a pesar de que trabajan, hacen como si no ganaran dinero, es decir, le entregan al jefe de la casa todos sus ingresos, los esconden para hacerle un regalito o se lo gastan sin que él se dé cuenta. Con ello parecen avergonzarse de percibir un sueldo, por un lado, y por el otro, demuestran que se sienten incapaces de administrar el dinero. Esta misma actitud se desprende de las viudas que entregan a algún varón de la familia su dinero para que se los administre, y de las profesionistas que no se atreven a cobrar lo justo por sus servicios. Así se mantienen como mujeres desprotegidas (pero femeninas) que siguen necesitando de la fuerza y la inteligencia de los varones.

Ellas, en el mejor de los casos, se mantienen como administradoras de la caja chica. Son las Bartolas que con dos pesos pagan la renta, el teléfono y la luz, buscan ofertas y ahorran centavos mientras sus maridos deciden las grandes inversiones con el patrimonio familiar y no despilfarran centavos, sino pesos.

¿Por qué entonces la necedad de estas mujeres de trabajar y de duplicar la jornada obedeciendo al jefe y al marido, atendiendo clientes e hijos, rompiéndose la cabeza con contratos y con goteras, con facturas y con tareas? ¿Por qué someterse al horario del marido y al del reloj checador?

Porque el mundo laboral ensancha el espacio de las mujeres que ha sido, por definición o por historia, restringido. La mujer que no trabaja generalmente no puede alejarse mucho del hogar porque no tiene adonde ir; por lo mismo, sus conocidos y sus actividades son también limitados. Su mundo es angosto en metros y en posibilidades. Es predecible y rutinario, sus conversaciones giran en torno a la comida, los niños y la gente, y convierten las noticias en anécdotas.

Sin duda, ése era el paraíso de los machos, que aseguraban la fidelidad y la ignorancia de la esposa encerrándola en la casa. Pero como los machos son una especie que se adapta a cualquier situación, hoy los encontramos en la sala, viendo la tele, mientras la mujer liberada trabaja para mantenerlos. Paradojas de la liberación.

Esther Charabati

lunes, 5 de marzo de 2012

Café Filosófico "¿El amor acaba con la rutina o al contrario?"

Queridos cafepensadores:

La vez pasada estuvimos discutiendo sobre la improbable omnipotencia de la voluntad: querer no siempre es poder, pero en ocasiones sí, y sólo por ésas ha de valer la pena poner a prueba a la voluntad. La próxima ocasión -dado que quedó en mis manos la elección- nos preguntaremos si el amor acaba con la rutina o más bien es la rutina la que acaba con el amor. Les dejo unas preguntas y un artículo.

1. ¿Pueden convivir la rutina y el amor?

2. La costumbre disminuye los riesgos: ¿existirá el amor sin riesgo?

3. Aristóteles afirmaba que la costumbre vuelve todo agradable. ¿Será cierto?

4. El amor al trabajo, al estudio, a viajar… ¿también se convierten en costumbre?

Un futuro déjà vu

Algunas personas le tenemos fobia a la rutina. La idea de que la vida se repite permanentemente, de que todos los sábados serán iguales, y todos los domingos se parecerán unos a otros… Saber que todos los días iremos a trabajar, volveremos a casa para comer platillos del mismo menú, pasaremos dos horas frente a la computadora, veremos los mismos programas, cenaremos con los mismos amigos con los que retomamos los consabidos temas de conversación… Debe ser esa reiteración de lo mismo lo que nos asusta: la idea de que ya vimos todo, de que nada nos asombrará, una sensación de déjà vu proyectada hacia el futuro.

No es que la vida requiera aventuras todos los días, pero reconozcamos que la vida moderna —al menos la que hemos elegido— no se caracteriza por las sorpresas. En ocasiones oprimimos el botón de la contestadora con la secreta esperanza de escuchar una voz nueva, sin referencias, que no tengamos manera de ubicar. Y si aparece, acompañada de un nombre y un apellido desconocidos, echamos a volar la imaginación: ¿Será una oferta de trabajo totalmente novedosa? ¿Alguien con noticias inusitadas? ¿El esperado príncipe azul? Es cierto que a menudo no es más que un empleado de banco ofreciendo una tarjeta de crédito, pero durante unos minutos nos damos el lujo de concebir algo distinto a lo cotidiano.

¿Qué tiene de malo lo cotidiano? En realidad nada, salvo la repetición compulsiva de lo que somos y hacemos. No ignoramos que nos da una estructura indispensable para mantener un equilibrio interno: inventar diariamente cada uno de nuestros actos sería una empresa titánica que agotaría nuestra energía impidiéndonos crear cualquier cosa fuera de lo estrictamente necesario. Si bañarnos, lavarnos los dientes, desayunar y revisar el correo no fueran actividades mecánicas que no demandan esfuerzos, sería imposible encontrar el tiempo para llamarle a un amigo, ir a comprar un disco, ensayar una nueva receta, amar. Sabemos que la estructura estable del exterior nos da seguridad (¡Imagínense que diariamente tuviéramos que buscar la televisión, el refrigerador o nuestra calle!). Y no hablamos de un orden perfecto, donde nada cambia, sino de ese orden más o menos aceptable que nos permite movernos en el mundo como en un espacio familiar.

Quienes estamos peleados con la rutina —lo cual no significa que escapemos a ella— estamos en busca constante de grietas en la cotidianeidad: esos pequeños resquicios por los cuales se filtran de repente ideas nuevas, proyectos inéditos, personas desconocidas, lugares hasta entonces anónimos. Podemos soportar e incluso disfrutar la rutina siempre y cuando sepamos que no llena el espacio, que no mata la ilusión, que no nos espera un futuro pasteurizado.

Esther Charabati